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viernes, 24 de septiembre de 2010

Capítulo 15. Blancanieves.

Posiblemente fui la persona más pesada del mundo durante el trayecto, no recordaba cuantas veces había preguntado “¿A dónde vamos?”, pero siempre se negaba a contestar con la excusa de que era una sorpresa. Si no fuese porque estaba a mi lado, la media hora de camino antes de llegar a Horquilia, –un barrio a las afueras de la capital, lleno de niños ricos, engreídos, egocéntricos y caprichosos –se me habría echo eterno.

Solo había estado allí un par de veces para jugar algún partido de Voley. Una vez me ofrecieron entrar en el equipo pero ni siquiera me lo pensé. Me gustaba el mío con las chicas de siempre y con entrenamientos de verdad. Ellos pagaban para ganar y ganaban para alimentar su ego que ya debía estar rozando la obesidad.

Aunque este sitio me gustaba. Jamás había estado en un restaurante así. O Lucas era rico o tendría que empeñarse para pagar lo que sea que estuviésemos comiendo. No me cupo duda de que era lo primero y que su familia era importante, después de ver la efusividad con la que salió el dueño del hotel a saludar al “Señor Castillo”.

El restaurante era precioso. El suelo de el gran salón gris y oro, la decoración clásica, llena de tonalidades beige y oros. Me recordaba el interior de un casillo francés. La vajilla y la ropa de cama encajaban perfectamente con el resto y las mesas estaban lo suficientemente separadas como para mantener una conversación privada.

Me pregunté que dirían de mí todas aquellas personas tan snob, si pudiesen escuchar mis pensamientos, seguramente pensarían que soy patética, describiendo en mi mente aquel elegante lugar como si fuese una niña en Disney Land.


-          No es para tanto, solo lo aparenta. Es todo muy bonito por fuera, pero la mayoría de las personas están podridas por dentro. –dijo Lucas despertándome de mis cavilaciones.
-          Pareces saber mucho sobre eso. –respondí.
-          Llevo dieciocho años viendo esa fingida amabilidad, las falsas sonrisas y muestras de cariño en forma de coches. –bufó.
-          ¿Vivías aquí? –asintió, era una pregunta tonta –supongo que tu coche es una de esas “muestras”; puedes decirle a quien sea que te lo haya regalado, que yo también quiero cariño. –me reí pero a él no perecía hacerle demasiada gracia.  –aunque parece que tu no, quiero decir, nunca te he visto conducirlo.
-          Tienes razón y llevarlo hoy a sido porque no tenía más remedio, no creo que llegases muy lejos con esos tacones. –rió quitándole importancia mientras yo seguía sin entender que tenía de malo un coche. Se percató de eso y suspiró antes de decir. –me lo regaló mi padre, pero hubiera preferido que se dignase a aparecer por casa el día de mi cumpleaños. –comenzó a parlotear como si no estuviese hablando con nadie, diciéndoselo así mismo. –Mi hermano era como el pilar de la familia, cuando se fue no quedo nada. Solo coches, casas enormes y lujos, al fin y al cabo, nada. Mi padre trata de evadirse con el trabajo, no se da cuenta de que tiene un hijo más. Pero eso es lo de menos, –se veía en sus ojos como intentaba fingir el dolor que esto le causaba. – lo peor es que no esté en casa con mi madre y oírla llorar a escondidas. Se cree que lo soluciona todo con el dinero y no tiene ni puta idea. –depositó de nuevo la mirada en mi, escuchándole atónita. –así que por eso nunca utilizo el coche, es como… rendirme.
-          Y si tanto odias todo esto, ¿Por qué me has traído aquí? –cambié de tema, no quería incomodarle ahora. Sonrío, ocultando toda la tristeza anterior.
-          Supongo que quería impresionarte. –carcajeó. –además, aquí estamos más cerca de adonde te quiero llevar.
-          ¿Qué? –pregunté extrañada.
-          Vamos, ¿no pensaras que te he ocultado con tanto ahínco a donde te voy a llevar, para traerte a este restaurante verdad? –obvió. Me encogí de hombros, ¿Cuántas veces se creería que me traían a sitios así? Es más, ¿Cuántas veces me han llevado a mí a cenar? El romanticismo estaba escaso en mi corta vida.
-          ¿Y a dónde me vas a llevar? –pregunte de nuevo, a ver si había suerte.
-          Te cansarías de preguntarlo antes de que te lo diga. Solo puedo asegurarte que allí solo llevaría a alguien especial. Tanto como aquel lugar, al menos para mí. –estiró el brazo a lo largo de la mesa para cojerme la mano.


Aunque no pudiese imaginar dónde me llevaría, pensé que conforme avanzáramos con el coche me hiciese al menos una ligera idea. Me equivoqué, cuanto mas avanzábamos más me perdía. No creía que estuviésemos demasiado lejos de Horquilia, solo a unos quince minutos, pero si me soltaran aquí, posiblemente no encontraría el camino de vuelta. Me encantaban las sorpresas pero me estaba empezando a inquietar, aunque eso no era ningún problema, al contrario.

Me ilusionaba la idea de no saber a donde ir, el riesgo de perdernos, por lo que no podía parar de sonreír. La carretera había dejado de ser tal para convertirse en un estrecho camino de arena.  Lucas me preguntó en varias ocasiones si quería que volviésemos creyendo que tanto entusiasmo por mi parte por nada, era extraño. Pensaba que era solo por complacerle y se lo tuve que repetir hasta la saciedad para que se lo creyese.

Paro el coche al fin, en medio de un claro. Me desilusioné un poco, al ver que tras las luces de los faros solo se veían árboles, nada especial. Tampoco sabía que esperaba encontrarme en medio del campo y quizás por eso mis expectativas fuesen más altas.

Me dispuse a bajarme del coche, pero Lucas me frenó.

-          No bajes, espérame aquí. –apagó las luces y salio del coche con unas llaves en la mano. Observé casi a ciegas, como andaba entre la maleza con su cuerpo perfecto y su porte elegante.

No llegaba a comprender como podía ir a oscuras por aquel lugar, era imposible que viese el suelo a no ser que se lo conociera a la perfección. Y desapareció entre los árboles.

A los pocos minutos algún sitio a unos pocos metros de allí se iluminó. A través de los que creía que eran eucaliptos se contemplaba una tenue luz anaranjada y, curiosa, salí del coche. Hacia un frío que pelaba.

Mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y aquella luz también ayudaba para ver a Lucas regresar a donde yo estaba. Se paró a mi lado quitándose la chaqueta y poniéndomela encima.

-          No, te vas a morir de frío. –rechacé.
-          No me vas a ganar a cabezonerías, eh –rió poniéndomela de nuevo. Era un oferta irrechazable, estaba calentita y olía a él. –vamos. –me dijo al ver que no caminaba.
-          Te prometo que si supiera por donde tengo que pisar andaría. –podía verle ofreciéndome su mano y por supuesto, se la coji.
-          ¿Eres un vampiro o algo así? No entiendo como puedes ver.
-          Veo lo mismo que tu Celeste, solo que se me el camino. Se que los vampiros románticos están muy de moda, siento desilusionarte. –los dos nos reímos.
-          Prefiero a un Lucas que a un vampiro.
-          ¿Y que especie es un Lucas? –rió.
-          No lo se, cada dos minutos descubro algo nuevo de él. –le sonreí. –aun así, lo prefiero, no sabes cuanto.

Puede que fuese aquel cruce de miradas que me puso los pelos de punta, junto a la primera impresión de aquel sitio, lo que me hizo parecer en un cuento de hadas. Aunque puede que todo esto fuese un sueño y seguro que tendría más sentido.

Todo era pequeño. La casa era de piedra con el techo bajo y la chimenea sobresalía por un lateral. La puerta y las ventanas eran de madera y en la entrada había sembradas muchísimas matas de rosas, de todos los colores. Un gracioso riachuelo –proveniente de una pequeña cascada y que se perdía entre los árboles pasaba frente a la casita, obligando a cruzarlo por un pequeño puente de madera que llegaba hasta ella.

La luz venia de la entrada de aquella casa de cuento de hadas, que a pesar de que se notase que no estaba habitada, seguía siendo perfecta. La luna en lo alto y las estrellas eran complementos que embellecían aquello aun más.

Intentaba recordar como se cerraba la boca para que pudiese decir algo, Lucas lo esperaba.

-          Es… precioso. –posiblemente podría haber sido más original pero estaba aun pasmada. -¿De dónde has sacado esto? –el sonido de su risa tenía que estar relacionado con mi cara de tonta…
-          Es… básicamente mía.
-          ¿De verdad? ¿Me prometes que no va a salir Blancanieves por esa puerta?
-          La única princesa que va a atravesar esa puerta, vas a ser tú.

Y así fue. La casa era casi solo una habitación. Solo había un departamento más donde se encontraba una cama enorme y otro con el servicio. El resto era todo salón y una pequeña cocina antigua. No permanecimos allí dentro aunque el olor a cerrado incluso era acogedor, pero las vistas de afuera eran demasiado tentadoras y Lucas coincidía en que la parte de afuera era lo mejor.



-          ¿Qué fue lo que paso en casa Iván? –preguntó Lucas. Me cojió totalmente desprevenida, contemplando las primeras hojas del otoño flotar sobre el agua. Estábamos sentados sobre el puente, que carecía de barandilla y dejaba mis pies descalzos recolgando hasta casi rozar el agua.
-          Estaba confundida y metí la pata. –me sonrojé era una respuesta insuficiente pero concretizar más me daba vergüenza. Pero su mirada me animaba a seguir, suspiré. –prométeme que no te reirás.
-          Oye, si no quieres contarlo no pasa nada. –era una buena opción pero ya llevaba demasiado tiempo fingiendo y siendo cobarde, y si no era hoy ¿Cuándo se lo iba a decir?
-          Estaba casi dormida pero ya estaba soñando, por eso no me di cuenta. Siempre empiezo a soñar antes de dormirme. Es verdad que el flash de la cámara me desvelo, pero… cuando me besó el sueño seguía pareciendo real.
-          Estabas soñando con él. –murmuró a regañadientes pero sin enfadarse.
-          No, soñaba contigo. –no sabía como había reaccionado porque me negaba a mirarle a la cara. Mis mejillas ardían y hasta la chaqueta me sobraba del calor.
-          Ey… -susurró agarrando mi mentón para que le mirase. Estaba sonriendo pero no con malicia, si no dulce, muy dulce. Su mirada me electrocutaba el estomago, tal cual no estaba segura de sobrevivir. Nunca jamás había estado tan nerviosa, con ninguna otra persona y ni siquiera la primera vez que nos besamos. –Celeste, respira.

Que se hubiese dado cuenta de que me hacia perder la respiración literalmente, no ayudaba a que me calmase. Hundí la cara en su hombro esperando que eso funcionara y sonriendo como una tonta. Al tiempo que yo trataba de calmarme cojió mi mano y la apoyó en su pecho. Su corazón brincaba tan rápido como el mío.


-          Quizás te ayude saber que tu también me pones nervioso. –aun así su cara seguía tranquila y serena, no como la mía, y su voz firme.  De pronto se puso más serio, pero sin perder la dulzura. –Solo hay una sola cosa que puede calmarlo, aunque cuando lo pruebas es imposible de dejar, una droga sana. Pero estoy dispuesta a correr el riesgo, si es contigo.


Las últimas palabras no eran más que susurros, mientras se acercaba más y más a mí. Y estando ya a solo unos centímetros aun parecía demasiado lejos. El momento en nuestros labios se rozaron, nuestras bocas se juntaron y nuestras salivas se mezclaron estaba segura de que nunca había sentido algo tan mágico. Y tan desesperado.

Uno de sus brazos me apretujaba contra él y la otra subió mis piernas a su regazo sosteniéndome completamente mientras yo solo me preocupaba de acariciarle el pelo y la nuca. Muy de vez en cuando nos separábamos y nos besábamos en el cuello, en la mandíbula… y una de esas veces, en la que Lucas mordía mi oreja provocándome escalofríos, se decidió a hablar.


-          ¿Qué pasa? –le dije intentando recuperar el aliento.
-          Nada, quiero decirte algo, pero lo haré cuando estés preparada. –sabia perfectamente a que se refería.
-          Dime que esto no terminara mañana. Es lo único que necesito escuchar ahora.
-          Te lo prometo. –y nos fundimos de nuevo en un beso.

martes, 21 de septiembre de 2010

Capítulo 14. Comienzo

Lidia, Andrea y yo acabábamos de salir del cine que había en el centro comercial. Habíamos visto Karate Kid, porque no había nada mas interesante en la cartelera. Y la verdad es que la película estaba bastante bien, el niño había heredado el talento de su padre, Will Smith, uno de mis actores favoritos.

Salimos por la puerta que nos devolvía al centro comercial en vez de a la calle. Este era uno de esos días que tanto odiaba, un sábado de entretiempo. Había ropa de temporada de verano y de otoño, pero, ¿que se supone que te tienes que poner ahora? Deberían hacer una colección de entretiempo.
No obstante y a pesar del fresco que corría, decidimos salir a la terraza a tomar algo y así aprovechar antes de que llegase el frío.

Queríamos ir al bar que solíamos frecuentar, pero estaba lleno. Aun así Andrea y Lidia seguían andando hacía una de las mesas ocupadas. Las seguí sin decir nada, me fijé bien y me di cuenta de que eran Víctor, con el cual mi prima había echo muy buenas migas, Aitor, Lucas y Gabriel. Los cuatro fantásticos.

Andrea se sentó encima de Gabriel, Lidia muy pegadita a Víctor y yo, entre ella y Aitor. Mentiría si dijese que no había hablado con Lucas desde el martes de la foto, aunque en realidad eso no era hablar, era lanzar indirectas por doquier. Esa era la tierna relación que teníamos desde el martes. Por esa razón tampoco pude averiguar nada sobre que tenían que ver la familia Castillo, la familia de Lucas, y los Sánchez, la de Iván. Puesto que con las indirectas no se llegaba a ningún lado y a Iván, ni siquiera le dirigí la palabra.

-          ¿La rubia que esta a tu lado no ha venido con nadie Aitor? Vaya, parece que las cosas no le van bien en el país de los enamorados. –estaba harta de devolvérselas, para luego empezar otra vez, asíque decidí que sería mejor aparentar sentirse feliz con esta situación.
-          Na, na, na, na, na. –tarareé una melodía, cerré los ojos, sonreí y moví la cabeza. En mi mundo se estaba más feliz.
-          ¡Lucas!. –le regañaron Aitor y Víctor a la vez. – Creí escucharte decir que querías venir  arreglar las cosas, ¿no? –dijo Aitor.
-          Está bien, cambiemos de tema ¿para que querías saber el nombre de mi padre? –me soltó a bocajarro. Baje de las nubes enseguida y le dedique una mirada asesina a Víctor.
-          Se me escapó. –Víctor se encogió de hombros, con un gesto de disculpa.

Ahora quería hablar como personas civilizadas, pues ahora no me daba la gana a mí. Me levante de la mesa, y subí a las nubes de nuevo. Me dirigí medio bailando hacia la barandilla de la terraza, en la parte más alta del centro comercial. A estas horas en esta época ya estaba anocheciendo y desde aquí se veía la playa, en plena puesta de sol. Era precioso.

-          ¿Estás borracha? –dijo Lucas detrás mía. Vaya, si se dignaba a venir y todo.
-          Mi vida es una feliz borrachera permanente. –dije abriendo los brazos y fingiendo repentina felicidad. Demasiada felicidad para que no se notase que era fingida.
-          Me alegro por ti. –río, yo suspiré.
-          Mejor compadéceme, ¿sabes lo malo que va a ser cuando me llegue la resaca?
-          ¿Eso quiere decir que algún día dejaras de decir tantas tonterías?
-          ¿Te aburre?
-          No. De hecho me gustas más así. –me sonrojé. -¿podemos hablar? Me refiero a hablar como personas, sin indirectas ni ironías.
-          Logro imaginar quien tendrá la culpa de eso. –fruncí el seño.
-          Pues yo también logro imaginar que hacías en aquella foto. –cuando se ponía así estropeaba hasta el paisaje mas hermoso del mundo, así que yo ya no tenía nada que hacer allí, volteé para irme de nuevo a la mesa. –joder, ¡lo siento! –me agarró por el brazo y me enfrentó a él. –No te vayas por favor. He venido aquí para decirte algo, me refiero a venir al centro comercial, Gabriel me dijo que te traerían aquí. –así que por eso tenían tanto interés en ver una película… las miré a lo lejos poniendo. –no te enfades con ellas, se lo pedí yo. –suspiró.
-          Está bien, -relajé el brazo a modo de resignación. -¿y que es lo que me quieres decir?
-          Que se acabaron los reproches. Me he portado como un gilipollas y después de todo… ¿acaso no puedes hacer lo que te de la gana? Me he comportado como lo que mas odio, a sido estupido, lo siento…
-          ¿Y? –le animé a seguir.
-          Y que realmente no me gusta ese tío. Pero está bien, lo admito, quizás he sacado conclusiones precipitadas por… por… por que estaba celoso. –era la primera vez desde que lo conozco que le había visto nervioso y sonrojado. –y… si quieres estar con él, adelante que seáis felices. –aparto la mirada. Sonreí.
-          Así que todo esto era porque estabas celoso, ¿eh?
-          No, -su rostro fue severo de pronto. –admito que estaba algo, pero no lo achaques todo a eso. No suelo ser a ser pero ese… Iván, me saca de quicio. No voy a estar tranquilo igualmente, pero prométeme que vas a tener cuidado con él.
-          No tengo nada que prometer, te aseguré que entre él y yo no había nada y es así.
-          Pero…
-          Pero nada, la foto me sorprendió más que a ti. Me quedé dormida y no tenía ni idea, te lo aseguro.
-          ¿Y no te despertaste? –preguntó, no como una acusación, si no curiosidad. La alegría asomaba ya por la comisura de sus labios.
-          Puede que te cuente esa parte… en otro momento. –le dije como una excusa para que buscase otro momento.
-          Pues esta noche me parece una ocasión estupenda. –no pude evitar sonreír al escucharle decir esto, me había salido bien.
-          ¿Va a ser eso una primera cita? –se podía decir primera, porque la verdad nunca habíamos quedado. Esta es la parte de la película en la que el chico lo negaba por orgullo a no reconocer que da el primer paso, o simple vergüenza. Pero Lucas era mejor que ningún chico de ninguna película.
-          Si. –sonrío –a las 10 paso a recogerte, ponte… elegante.
-          ¡Siempre estoy guapa! –dije en broma.
-          Lo se. –me respondió mientras me abrazaba y me daba un beso en el pelo. –esto debería haber sido así desde el principio. –me susurró.


Puede que los planetas se hubiesen alineados, quizás debería empezar a creer en la astrología. O puede que los dioses griegos habían decidido dejar de ensañarse conmigo, pero fuese lo que fuese, era perfecto. Y yo no iba a ser quien estropease mi propia felicidad, a la mierda todo.
Salí de la ducha, aun me quedaban dos eternas horas para que pasara a buscarme, pero quizás se me hicieran cortas, porque no tenia ni idea de que ponerme. Miraba mi cara de felicidad en el espejo y escuché a Lidia y Andrea entrar en mi habitación. Habrían llegado ahora, porque ellas se quedaron más tiempo. Salí del baño que estaba en mi habitación dejando una gran nube de vaho a mis espaldas.

-          ¿Dónde vas con esa cara de tonta? –rieron.
-          Déjala Lidia, si a ella no le gusta Lucas. –le dijo Andrea enfatizando mucho el no.
-          Chicas. –me subí de pie a la cama liada en la toalla y empapando la colcha. –hoy, 25 de septiembre de 2010, reconozco ante las dos chicas más tontas del mundo… un momento, ¿si sois tontas para que tengo que reconocer nada?
-          ¡Dilo! –gritaron y rieron al unísono.
-          Que me gusta Lucas Castillo, Fernández o como se llame, ¡me da igual! ¿Y que más me da quien sea su padre y que tenga con la familia de Iván? ¿¡porque me tengo que meter donde no me llaman!? Me da igual todo, solo quiero verle… Y tras siglos y siglos de esfuerzo, sudores y lágrimas. –dramaticé. –vamos a tener nuestra primera cita.
-          Que te lo pases bien cariño. –dijo mi madre sonriente apoyada en el marco de la puerta y con los brazos cruzados. Me bajé de la cama de golpe, avergonzada de la inesperada aparición. –Es muy guapo, mi niña ha heredado el gusto de su madre. Y creo que no es Fernández es Castillo.
-          ¡Mamá! ¿Por qué no eres más cotilla?
-          Celeste, trabajo en el instituto, esas paredes oyen y luego te lo cuentan. –rió. –Además, soy su profesora de lengua, ¡ha sacado un 9’5 en la inicial! Parece un buen chico. Espero que seas igual de responsable que con Iván y no tenga que explicarte nada sobre ciertas cosas. –me ruboricé. Mi madre a veces hablaba con la misma delicadeza que si te explicara la subordinación adverbial.
-          Mamá, no era responsable con Iván, porque no había motivos para serlo, ¿lo pillas?
-          Ves, te he sacado muy sutilmente que eres virgen… -sonrío muy pagada de si misma. Ella abordaba estos temas con total naturalidad conmigo, acostumbrada a tratar durante tantos años con cientos de adolescentes. Pero yo, no. Le cerré la puerta en las narices.
-          ¡Adiós mamá! –moví la cabeza con exasperación mientras veía a las dos pánfilas descojonarse.


Me había dicho ponte elegante, pero ¿para que? ¿Qué se supone que me iba a poner? ¡si no sabía donde iba! No le podía llamar y preguntarle, parecería demasiado desesperada, cosa que era cierta. Por un lado las agujas del reloj iban demasiado deprisa porque no me daba tiempo de arreglarme y por otro demasiado lento porque quería que llegase la hora para verle ya. ¿Podía ir algo rápido y lento a la vez?

Supuse que me llevaría a cenar y por lo que me había puesto, esperaba que no fuese a un Burguer. Primero porque la hamburguesa era lo que más odiaba del mundo, aunque siempre podría comer patatas… pero sobretodo era porque llamaría demasiado la atención en un Burguer o similares, con un corto vestido beige de escote asimétrico, con un volante alrededor de este que le daba un toque mas elegante. Y si le sumamos los tacones imposible negros que llevaba… no era unos tacones que me podía poner con cualquier chico, porque aunque no sea demasiado alta, con estos tacones muchos se quedaban atrás. Me pasé la plancha del pelo sin alisármelo del todo, lo justo para ondularlo, que pareciese natural y me coloqué un diadema con un flor muy cuca en un lado.

Tampoco me maquille muy exagerada, un poco de colorete, algo de color en los ojos y cepillarme los dientes. Coji el bolso y lista. Sencilla pero elegante. Más me valía que me llevase a un sitio elegante si no iba a hacer el ridículo. ¿Y si me lo encontraba en vaqueros y camiseta? No entendía porque rallarse tanto, si me había dicho elegante, no iba a aparecer en vaqueros y camiseta. Me iba a entrar un pánico tonto así que mejor deje de pensar en eso.

Bajé las escaleras y entre en el comedor, donde mis padres, mi hermano, Lidia y Andrea estaban comiendo.

-          Si fueras igual de guapa que de buena, serías la hija perfecta. –me dijo mi padre.
-          Es que me parezco a ti.
-          Si, si, mucho peloteo. Ya me ha contado tu madre con quien vas. –dijo enfadado, pero de broma.
-          Papá es solo un amigo. –le sonreí.
-          Que sí, que sí, pero ten cuidado, los niñatos estos de hoy en día no me gustan un pelo. –esto si que lo decía en serio…
-          Mario, es un buen chico le doy clase. –le dijo mi madre.
-          Petardas, ¿vais a salir? –les pregunté ignorando la conversación entre mis padres.
-          Si, Cassandra, Cristina y esa gente también vienen. Hoy inauguran la discoteca nueva, ¿vais a ir?
-          No tengo ni idea.
-          ¿pues sabes quien viene? –negué con la cabeza. –la desaparecida en combate, Sara.
-          Pues yo a esa la mando cerquita pronto, nunca la he tragado. –dijo mi prima Lidia.

La verdad es que me había olvidado de Sara, ni siquiera la había visto por el instituto.

-          ¿Bueno es solo esta noche no? Porque yo por el insti no la veo.
-          No vamos a tener tanta suerte. –dijo Andrea. –ha tardado mas en venir porque estaba de viaje, seguramente el lunes tengamos el honor de tenerla en clase, a repetido.

Mientras hablábamos sonó el timbre, las 10 menos cinco. Salí corriendo a abrir la puerta pero mi padre ya habría llegado porque escuchaba a Lucas hablar.

-          Soy Lucas, usted debe ser el padre de Celeste.
-          Si que es educado si. –rió. Suspiré aliviada de que no se le hubiese cruzado ningún clave. –pasa, te esta esperando. Aparecí por la entrada, me quedé embobada mirándole, había elegido bien el vestido gracias a Dios, Lucas iba hecho un pincel, mucho más de lo que esperaba: traje de chaqueta azul marino y camisa blanca, sin corbata.
-          ¿Nos vamos? –le dije intentando recuperar la respiración.

Salimos de mi casa, con una despedida de mi padre más simpática de lo que esperaba. Cruzamos la parte del jardín de delante y al salir por la cancela me quede parada.

-          ¿Dónde vas? –le pregunté cuando cruzaba la carretera hacia los aparcamientos.
-          A por el coche. –dijo señalando un elegante Audi. Hasta donde yo sabía, solo tenía un año más que yo y aun no había cumplido los 18.
-          ¿¡Conduces un coche sin carnet!?
-          Celeste, claro que tengo carnet.
-          ¿Cuántos años tienes? –fruncí el seño, confundida.
-          Los que cumpla en enero son diecinueve. así que desde que en enero de este año cumplí los 18, he tenido tiempo de sacármelo, ¿no crees?
-          “Castigado a los casi dieciocho” ¿lo recuerdas?
-          Ah si eso… es… es que, ¿y si pensabas que era mayor? –se empezó a reír y se encogió de hombros, solté un bufido. –pensaba que eras mas pequeña.
-          ¿Y eso?
-          Cuando te ríes, pareces una niña a la que le acaban de dar un caramelo de fresa. Pero solo cuando te ríes de verdad.
-          ¿Cómo ahora?
-          Sí, exactamente esa es la sonrisa que me encanta. 

sábado, 18 de septiembre de 2010

Capítulo 13. ¿Una foto?


Iba camino de la clase de 2 de bachiller de ciencias porque la loca de filosofía me había mandado a repartir unos papeles. Los cotilleé un poco mientras divagaba por los pasillos intentando recordar que aula era. Los papeles eran los resultados de las pruebas iniciales y visto lo visto, iba a tenerme que poner a repartírselas a cada alumno en mano, mientras todos te observan como buitres esperando a que les llegue el suyo.
Paré en seco frente a una puerta. En la parte superior había una placa:

Aula 3.12
2º BACH. Ciencias y tecnología.

Di unos golpecitos suaves y me asomé.

-          ¿Se puede?
-          ¡Claro que si Celeste! Ya me dijo Elsa que les traerías los… ¡anda! No me acuerdo que era. –todos rieron. Nuria estaba chiflada y desde luego no era una maestra de matemáticas convencional. Había sido mi maestra durante toda la secundaria pero las matemáticas ya eran historia para mí, gracias a dios.
-          Los resultados de las pruebas iniciales, Nuria.
-          Claro, eso decía yo. Ponte a repartir y mientras yo me siento, con semejante rubia de ojos azules rondando por ahí ¿Quién me va a echar cuenta?
-          Nuria tu te conservas mejor, a ricitos de oro ya se le nota una edad… -le saqué la lengua a Javi (aunque me encantaba que me dijese ricitos de oro) y me puse a repartir.


Conocía casi todos los nombres escritos en aquel montón de papeles. Me alegré al acordarme de que Iván no estaba en esta clase, aun no había hablado con él desde ayer por la tarde. Además, Lucas estaba en esta clase y si me daba vergüenza uno tener a los dos mirándome… solo pensarlo me ponía nerviosa. Pensé que si eso fuera así, la mirada de Iván habría sido más que impaciente por el papel, acusadora hacia mi persona. Pero lejos de alegrarme de que Iván no estuviese aquí, la mirada acusadora era de Lucas. Quizás fuesen imaginaciones mías, pero estaba deseando que aquella montaña blanca se acabase e irme de allí. T y tu.

El último papel, solo me quedaba uno. Sabía de quien era sin mirar el nombre, puesto  que era el único al que aun no le había dado. Igualmente miré el nombre para asegurarme. Ponía Lucas, como imaginaba, pero los apellidos no me cuadraban…

-          ¿Lucas Castillo Ribas?
-          ¿Ahora resulta que no me conoces? –dijo el apelado. Me giré a verle la cara de estúpido. ¿Qué puñetas le había echo yo? Me acerqué a la mesa de Nuria.
-          Nuria, no se de quien es esta prueba, así que dile al dueño que lo siento. –la dejé encima de la mesa del profesor y me dirigí a la puerta. –Hasta luego.

Le podría haber respondido “no” perfectamente a su pregunta. Primero porque a ese chico chulo y estúpido con los brazos alrededor del respaldar de su silla, como si en vez de la silla lo que estuviese abrazando fuera el mundo, no era conocido mío. Y segundo, porque había dado por hecho que su primer apellido era Fernández, ¿Qué culpa tenía yo de que estuviesen cambiados en su perfil? Lucas Castillo… ¿Dónde había escuchado antes ese apellido? Bueno, no tenía importancia.

Entré en clase, pidiendo a gritos que la paranoica hora de filosofía fuese eterna y que la puerta por la que yo acababa de entrar estuviera sellada de tal manera que los problemas se quedasen fuera.

Pero eso era demasiado pedir, y el timbre que siempre deseaba escuchar, sonó en el momento más inoportuno.

-          ¡Al fin! Bendito descanso, voy a llegar al parque y va a ser como si estuviera en el paraíso, te lo juro.
-          Igual que yo Andrea… igual que yo.

Llegamos al parque casi las últimas y me senté en el césped como si allí no hubiese nadie. Ni miré ni saludé. Ausente total. Me aparté de los demás porque se estaban haciendo fotos, seguramente con la cámara de Iván porque el siempre la llevaba a todos lados. Le encantaba la fotografía.

De repente arrancar césped me pareció algo fascinante.

-          ¿Qué te pasa a ti? –dijo el dueño de unos zapatos que pisaban mi césped.
-          Nada. –suspiré y se sentó a mi lado.
-          No entiendo esa cara, ¿no te lo pasaste bien ayer? –ironizó.
-          ¿Estás celoso? –sonreí con malicia.
-          ¿Yo? ¡Venga ya! Solo que no soporto que andes con ese tío, eso es todo.
-          Eso es tener celos. –Lucas suspiró.
-          Celeste, se que me he portado como un capullo todo el día, pero a ese tío lo conozco no se de que, solo se que de nada bueno. –le miré incrédula. Parecía querer decir algo de lo que no estaba seguro pero al final se decidió a decir. -¿tienes algo con él?
-          No, es solo un amigo.

Justo en ese instante tocó la sirena del instituto. Hasta los seres inertes se interponían entre nosotros, suspiré. Lucas se levantó y mientras lo hacía me dio un beso en la mejilla que me quemó por dentro, pero era un fuego dulce, un calor apetecible.

-          ¿Por qué no os hacéis una foto los cuatro? - dijo Iván refiriéndose a Gabriel, Víctor, Aitor y Lucas. Esta proposición me olía a chamusquina.
-          ¡Ey tío! Vamos ha hacérnosla –dijo Gabriel con su entusiasmo habitual por todo.
-          Venga, déjate de mariconadas. –le respondió Aitor.

Al final se hicieron la foto, e Iván le entregó la cámara a Lucas para que viese que le parecía. Esta ya no olía a chamusquina, olía a hectáreas de bosque quemado. Lucas la cojió sin mucho entusiasmo.

-          Aquí no está la foto.
-          Busca por ahí, tiene que estar. –le respondió Iván.
-          Pues yo no la ve… -Lucas apartó los ojos de la cámara y los posó en mí, que aun seguía sentada en la hierba verde. Dejó de mirarme y murmuró algo que no logré entender. Se volvió y le dio la cámara al primero que se encontró, que fue víctor, pero lo mismo podría haber sido un desconocido que no se habría parada a mirarlo.
-          Ce… Cele, creo que deberías ver esto. –me dijo Víctor. De seguida me levanté y fui hacia él sin entender nada.
-          ¿Qué demonio hay en esa cámara? –me la tendió y miré la pantalla. Era una foto de Iván y mía, el tendido en una cama sobre mi, besándome.

¡Ahora entendía que narices fue aquella luz! ¡El flash de la cámara! Eso fue lo que me despertó. Busque a Iván con la mirada, sonreía complacido, mientras yo borraba la foto.

-          ¡Lo has hecho adrede! –le acusé. No me lo negó.
-          El juega con tu subconsciente, no? Lucas… -me remedó. –yo juego con la fotografía, sabes que me encanta.
-          ¡No me vuelvas ha hablar imbécil! –me di la vuelta en dirección al instituto y tiré la cámara al césped. Lástima que no cayera en el suelo.
-          ¡Venga Cele! No te pongas así. ¡Ni que estuvieseis saliendo! Me juego el cuello a que ni siquiera reconoces que te gusta. Bueno, eso es lo que dicen por aquí, quizás estén equivocados y aun yo…. –no quería escuchar una palabra más y comencé a andar de nuevo. - ¡Pero no te vayas!


Por favor que termine ya. Solo quiero irme a casa con Andrea y mi prima y babear de los chicos de las series americanas. Eso si que son chicos de verdad, no te hacen nunca daño, siempre están disponibles cuando los necesitas, son tan guapos y perfectos que siempre te preguntas, ¿Dónde se meten esos tíos?
Una tenía que conformarse con esto, no podía ser actriz y besar a esos chicos aunque fuesen ficticios… ¿A esos chicos? Celeste cariño, ni siquiera besas a estos, y para una vez que crees encontrar a alguien aun mejor que esos de las series americanas… Vas, le besas en sueños y trastocas todo. ¡Tonta!

Ahora tenía dos opciones, salir corriendo a casa y no encontrarme a nadie o esperar a Lucas en la puerta y explicarle lo de la foto, ¿pero que le iba a decir?

“Mira que no se porque te estoy explicando esto, pero ese beso no era a Iván, ¿vale? ¡Era ti! Sí, sí, a ti, como te lo cuento. ¿¡Qué no te lo crees!? Si es lo mas normal del mundo…”

Mejor saldré corriendo en cuanto cruce esa verja, que parece estar a kilómetros de aquí.



Y eso hice, creo que en seis años que llevaba en este instituto esta fue la primera vez que salí la primera. A Andrea la perdí, pero ya la vería aquí en mi casa, puesto que se iba a quedar hasta que Lidia se fuese.


-          Pues que desilusión, no se llama Lucas Fernández.
-          Me encanta la conclusión que has sacado de todo esto, es muy productiva. - puse los ojos en blanco.
-          Tía, ¿pero no te suena de algo el apellido Castillo? – me preguntó. Asentí pensativa. –Espera, ¡ya se! ¿Te acuerdas lo que me contaste ayer sobre la conversación de los padres de Iván y Pablo?
-          Es verdad… he oído en la oficina que Eduardo Castillo y su familia se han mudado aquí. –rememoré las palabras de Miguel, el padre de Iván. Cojí mi móvil y busqué en la agenda el nombre de Víctor o Aitor, llamé a este último ya que salía primero en la lista.
-          ¿Qué haces? –me susurró Lidia.
-          Shh… ¿Aitor?
-          ¿Cele?
-          Si, necesito preguntarte algo, es una estupidez no te preguntes por qué. -porque estoy harta de esta incertidumbre de no saber de que demonios se creen conocer, pensé. -¿Cómo se llama el padre de Lucas?
-          Que rara eres… -rió. –Eduardo. Eduardo Castillo. 

jueves, 16 de septiembre de 2010

Capítulo 12. Luces.

Habíamos estado hablando sobre lo que habían echo fuera de aquí, las razones por las que volvieron y me explicaron que no sería definitivo, que había posibilidades incluso de que Iván dejara el instituto a mitad de curso. Pero por ahora seguirían aquí, en casa de los padres de Miguel, los abuelos de Iván que aun seguían se vacaciones.

-          María, he oído en la oficina que Eduardo Castillo y su familia se han mudado…aquí. –la expresión de el padre de Iván era sería y la de la madre de no muy grata sorpresa. Durante la comida todas fueron conversaciones alegres y participativas, pero esta parecía mucho más privada e importante.
-          Esto es insoportable, ¡dejad eso de una vez! –grito Pablo, el veinteañero hermano de Iván.
-          Cariño, se que es duro para ti y para nosotros también créeme pero solo quere…
-          ¿… duro? ¿No te has parado a pensar en que quizás es más duro para esa familia? –dijo Pablo. Sus padres no salían de su asombro. Estaba empezando a sentirme incómoda porque no tenia ni idea de qué hablaban.
-          Pablo, la culpa fue de ellos y tú no tuviste nada que ver, ¿estoy en lo cierto?
-          Cla… claro mamá. –dijo Pablo apartando la vista. Todos lo miraron como con… pena, poniendo fe ciega en sus palabras. Estaba segura de que solo yo veía la mentira, era tan obvia… supuse que sería mas fácil verla para alguien que no tenia ni idea del tema y piensa con la cabeza fría.

En ese momento me sentía aun más incómoda y excluida, Iván se percato de ello y me pregunto si quería que fuésemos a su habitación.

-          Bueno y cuéntame, ¿Qué ha pasado mientras he estado fuera? –estábamos sentados en la cama, apoyados en la pared y muy juntos. Demasiado juntos para mi gusto pero me parecía grosero separarme.
-          Básicamente ya lo he contado todo en la comida y de lo de Helena ya te enteraste.
-          No me refiero a eso si no a lo que no puedes contar delante de mis padres. –me quedé mirándole sin entender nada. –vamos Cele, es incómodo preguntarlo directamente.
-          Iván lo siento pero es que no te enti…
-          …que si me has olvidado y si así es, si estas enamorada de otro. –me cortó.

Pensé en que decirle pero nadie me había enseñado nunca a responder a eso. Realmente no es que no supiera con qué palabras decirlo es que no sabía que sentía. No estaba enamorada de Iván, ni mucho menos pero en mi corazón había algo o alguien. No sabría decir que era exactamente pero mi estómago echaba chispas con solo tratar de averiguarlo.

Paso un rato y yo seguía sin contestar. Me di cuenta de que salió de la habitación y creí escuchar “ahora vuelvo” pero no estaba segura. Me tumbé en la cama y cerré los ojos para disfrutar de la eléctrica sensación que emanaba de mi cuerpo al pensar en lo que sentía (además estaba muerta de sueño). Hoy había sido el primer día de clase y estaba exhausta, aun tenía que acostumbrarme al horario. No sabría decir si estaba despierta o no, más bien era como si estuviese drogada por la electricidad

Y recordé que era lo que la provocaba, casi podía sentir la brisa de la playa, el sonido de las olas y el agua mojando mi piel. Unos ojos verdes azulados, de un color imposible, le daban una intensidad a su mirada como si pudiese ver dentro de mi; Una sonrisa perfecta tan chulesca y dulce a la vez, que no estaba segura de sobrevivir a ella; Su pelo mojado cayendo sobre su frente derramaba gotitas saladas por su definido torso; Sus fuertes brazos me hacían sentir segura; El simple tacto de sus manos era lo que provocaba esa electricidad y estaba tan presente en mi cuerpo ahora mismo que no sabría decir si realmente tenía los ojos cerrados o él de veras estaba frente a mi.

Descarté toda opción que no fuese la segunda, puesto que el roce de sus labios era más real aun. Una cegadora luz traspaso mi preciosa imagen. Suspiré, esperando que eso bastara para que no parase. La calidez de sus labios se hizo más inminente en los míos.
-          Lucas… -susurré.
-          ¿¡Lucas!?

Algo cayó al suelo con un sonido sordo, no sabría decir el qué y todo desapareció. No había brisa ni olas si no una habitación azul. Tampoco había atisbo alguno del hormigueo en mí, solo una gran vergüenza. Y no estaba Lucas, estaba Iván tendido sobre mí, con una cara de espanto.

-          ¿¡Quién es!? –preguntó impaciente.
-          Nadie. –no podría escoger respuesta menos convincente. –me tengo que ir. –dije nerviosa.


Posiblemente cuando llegué a casa aun estaba colorada, aunque no era de extrañar con  carrera que me pegué. No entendía porque corría, pero no podía parar. Es cierto que al principio era porque quería salir de aquella casa debido al rubor, pero en cuanto me alejé un poco lo hice por simple placer. Se sentía bien.

Entré dentro con impaciencia para buscar agua, pero mis pies tropezaron con un gran objeto en la entrada, y caí de bruces al suelo. El objeto cayo golpeando el paragüero metálico causando un gran estruendo.

-          ¿Celeste? –mi madre me socorrió alarmada. -¡cuidado con la maleta!
-          Gracias por la advertencia después de caerme. –conteste con exasperación. –me duele la muñeca.
-          Espero que no te la hayas roto, anda cámbiate y luego vamos al medico.
-          No, no importa. –médicos no por favor.

Le eche una mirada asesina a la inoportuna maleta. Si pudiese matar a un objeto inerte este sería un gran momento. ¿Pero que hacía eso ahí?

-          ¡Mamá! ¿de quién es la maleta? –le pregunté mientras se dirigía al interior de la casa. – ¿¡mi hermano se va de casa!? –grité con alegría para que me escuchase.
-          Más quisieras –dijo desde el sofá. – como no teníamos suficiente contigo, ahora otra tonta más.
-          Busca en tu cuarto. –le interrumpió mi madre. Alcé las cejas, incrédula.

Subí las escaleras y cruce el pasillo. La puerta de mi cuarto estaba cerrada pero se escuchaba música en el ordenador y esa no era mi música. Estaba segura de quien era y le iba a arrancar la cabeza con la muñeca mala.

Abrí sigilosamente la puerta mientras veía mi tuenti en el ordenador, aunque eso no me importaba puesto que yo también me metía en el suyo a menudo ya que no teníamos nada que escondernos. Me acerqué a su oído como un gato que va a cazar a un indefenso ratón y le grité con el sonido mas agudo y chirriante que pude.

-          ¡Imbécil! –mi adorada prima se sobresaltó de la silla mientras revisaba los daños de su oído. –cada vez eres mas mongola hija.
-          Mira gilipollas, que por culpa de tu maleta casi me mato, ¡a ver como reparas mi pobre mano! –comenzó a reírse.
-          Pensé en subirla pero sabía que te caerías al entrar. ¿no es increíble? Nos hemos peleado antes si quiera de hablar, hemos batido el record eh. –me reí con ella mientras me abrazaba.
-          Joder ¿por qué no me has avisado de que venías?
-          Era una sorpresa tonta. Y hasta el 8 de octubre no empiezo con el modulo. Por cierto… ¿Qué tal en casa de Iván? -Volteé los ojos.
-          Toma asiento.


Mi prima Lidia era una de las personas que más quería en el mundo. Éramos muy parecidas y por eso nos peleábamos mil veces al día, pero eran tonterías. Siempre nos contabas absolutamente todo pero ella vivía algo lejos de aquí, aunque nos intentábamos ver a menudo y hablar lo más posible. Y como no siempre podíamos, cada una tenía la contraseña de tuenti de la otra, para estar siempre al día. Era peor que engancharse a una novela.


-          ¿Así que estas enamorada de Lucas Fernández eh?
-          ¡No! ¿ya te has aprendido el apellido? no se te escapa una
-          Tía ya se que las dos compartimos la misma teoría, del tiempo y todo eso, pero si te vieses la cara cuando hablas de él… y respecto al apellido, lo he visto en el tuenti y además se llama igual que el de los hombres de paco! ¡que gracia!
-          Si guau, que interesante. Y la cara que tengo es la de siempre y punto.
-          Está bien, está bien, pero te gusta y eso si que no me lo vas a negar. –suspiré. Ella sabía que me gustaba, Andrea lo sabía, el grupo lo intuía, pero en realidad nunca lo dije en alto y tampoco iba a ser esta la primera vez.
-          Cállate.
-          Eso es un si interior.
-          ¡Que te calles! ¿Por qué no vamos a dar un paseo a la playa?
-          Sueña, tengo un plan mejor. Adivina a que chico voy a escuchar con la voz más sexy del mundo.
-          Empieza por Chuck y termina por Bass. –fruncí el seño. –Lidia vi el nuevo capítulo 3 veces anoche.
-          ¡Pero yo aun no lo he visto! Venga va… que siempre vemos Gossip Girl juntas. –se quejó y puse un gesto de resignación a la vez que le hice una señal de que lo pusiera ya. –espera, todavía falta una espectadora.

Casualmente la puerta de mi cuarto de abrió y apareció Andrea por ella. Mi prima siempre se había llevado muy bien con ella, y si eran irritables por separado juntas mejor no imaginarlo. Pero en el fondo estaba tan feliz de tenerlas a las dos… Andrea siempre venia a dormir a mi casa cuando mi prima estaba aquí, a diferencia de Helena que aunque nunca me lo dijo sabía que Lidia no le caía muy bien.

-          Sois el colmo. Teníais todo esto planeado asquerosas. Que conste que lo hago por Nate Archibald.
-          ¿Y por quien te crees que lo hacemos nosotras? –se tumbó Andrea encima mío y después Lidia.

Andrea sacó su cámara de la nada (o de un bolsillo…) y nos hizo una foto. La luz del flash trajo un recuerdo de otra luz parecida a mi mente, pero no recordaba que era.